sábado, 31 de agosto de 2013

El jardín de los destinos cruzados

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Los que nos dedicamos a mirar e intentar entender lo que ocurre en la naturaleza debemos ser conscientes de que nuestras observaciones son como el fotograma de una película, que apenas permite identificar a algunos de los actores y, como mucho, una pequeña idea de la acción que está ocurriendo. Más exacta aún es esta comparación en el caso de los que usamos la fotografía como medio de documentar lo que vemos. A menudo se habla de la cadena de la vida o de la red trófica y de otras formas de interpretar las interrelaciones entre especies de animales, plantas y su medio, el tercer nivel de la biodiversidad. Creo que esta entrada del blog es una buena muestra de lo que digo, de cómo las vidas se entrecruzan y que, cómo suelo decir a menudo, no hace falta irse la sabana africana para ver, como en un documental, las maravillas que ocurren en la naturaleza, en un jardín, en un sencillo ramillete de flores...
Abeja de la miel, Apis melifera, muerta colgando de la planta por hilo de seda tras ser capturada por la araña Synema globosum.

El fragmento de historia que hoy traigo aquí es sólo eso, unos fotogramas de la película de la vida de unos pequeños seres que en un momento habitaron o se pasaron por mi jardín y yo tuve la suerte de ser testigo de sus designios, de su vida y de su muerte. No es un artículo completo porque quedan muchas incógnitas, ni siquiera conozco la especie de todos y cada uno de sus protagonistas y su verdadera función en este miniecosistema.
Para mi todo comenzó el dos de agosto, cuando quise hacer pruebas de fotografía con el duplicador, que ya comenté en mi anterior entrada (1) y unos anillos de extensión aplicados al objetivo macro. Pero esa es otra historia, la mía, que no es trascendente ahora.
El caso es que salí al jardín, pertrechado con la cámara y diversos artilugios, con intención de mirar las flores que habían salido en un aligustre, por si podía hacer fotos de algún insecto polinizador. Allí me encontré con que colgando de un ramillete había una abeja muerta. Este primer fotograma de la película, que entonces ignoraba dónde me iba a llevar, me recordó a otro, cuando descubrí por primera vez una araña cangrejo en las flores de las jaras del jardín de casa (2). En aquella ocasión, lo primero que vi fue esto mismo: una abeja colgando de un hilo de seda.
Araña Synema globosum de la familia Thomisidae.
Ya tenia pues información previa sobre lo que me podía encontrar tras el hallazgo de la abeja y no tarde en descubrir sobre ella una pequeña araña. La araña era un tomísido (famila Thomisidae), igual que las arañas cangrejo, la especie: Synema globosum, como la de la anterior fotografía.
La historia que cuento transcurre en menos de una hora, pero podría remontarla a mucho tiempo atrás, porque el que allí haya un aligustre, que este año ha dado flores por primera vez, no es debido a mi afición a la jardinería, sino posiblemente a que encima de donde creció tengo puesto un comedero de pájaros y a ese comedero, aparte de algunas otras especies de aves, acuden los mirlos, que además de buscar lombrices en el suelo y bayas de diversos arbustos, se deleitan con el pan y otras golosinas que yo les pongo.
Mirlo macho, Turdus merula, alimentando con miga de pan a un pollo volantón bajo uno de los comederos para pájaros del jardín.
Y bien pudo ser que uno de esos mirlos (o algún otro pájaro) viniese de haber comido los pequeños frutos del aligustre de un jardín vecino y que, además de comerse el pan, vaciase su intestino lastrado por la semilla ingerida dentro de la baya. Y así, como procuro no arrancar las plantas que crecen espontáneamente, al menos hasta no saber lo que es, creció un aligustre entre las rocas  y las ramas de hiedra, bajo uno de los comederos de pájaros.
Abeja de la miel, Apis melifera, cazada por la araña Synema globosum a la que han acudido moscas parásitas del género Desmometopa.
Y el aligustre floreció, ocasión que aprovechó la araña para instalarse, camuflada entre sus flores, a esperar a sus presas. Como estaba previsto, una confiada abeja se acercó a libar en las minúsculas florecillas y se encontró con una fulminante y venenosa picadura que la paralizó y le impidió volver a volar por siempre jamás. A la araña solo que quedó asegurarla con un hilo de seda para evitar que su presa cayese al vacío, como la cuerda de seguridad con la que se amarran los montañeros, y comenzar a succionar su sangre de insecto (que se llama hemolinfa).
Abeja de la miel, Apis melifera, cazada por la araña Synema globosum a la que han acudido moscas parásitas del género Desmometopa.
Pero los estertores de la muerte de la abeja y quizás el olor de sus heridas, no pasaron desapercibidas. Apenas miré por el objetivo de la cámara para hacer la primera foto de cerca, me di cuenta que sobre la abeja había otros comensales, unas moscas que, como los carroñeros de la sabana africana, habían acudido para intentar arrebatar lo que pudiesen de las fauces de la araña. Las moscas estaban ya sobre la presa capturada, reclamando su derecho a obtener alimento. Por tamaño, la abeja es para la araña como el búfalo para el león y las moscas, como las hienas que rodean al solitario felino intentando arrebatarle su presa.
Gracias a Ana Cobo en el portal de Biodiversidad Virtual he sabido que estas moscas son posiblemente del género Desmometopa, de la familia Milichiidae, y buscando por internet (7) he visto que es frecuente que aprovechen las presas inmovilizadas por arañas cangrejo (y también chinches cazadoras, mantis y otros depredadores que acechan entre las flores), para chuparles la sangre. Es un caso claro de cleptoparasitismo, fenómeno sobre el que ya he hablado en otras ocasiones (3).
Pude contar hasta seis pequeñas moscas que recorrían el cuerpo de la abeja sin aparentar importarles la presencia de la araña. Recordé que hace un tiempo observé algo parecido, cuando las llamadas moscas de la lluvia, Anthomyidae, atacaban a un escarabajo (4), pero en aquella ocasión la presa estaba viva.
Rápidamente pasé a casa para poder ver el resultado de mis fotos con la ampliación que permite la pantalla del ordenador. Si quien lee esto es naturalista y fotógrafo seguro que conoce la tensión que te produce pensar que puedes tener una foto interesante, pero que no sabes cómo habrá salido. Bien, las fotos no son especialmente buenas, pero allí estaba el documento: las moscas, como la manada de hienas reclamando su bocado. Pero ¿qué es eso? las moscas también tienen sus parásitos, ¡eso es! ¡al menos una de ellas tiene ácaros sobre su cuerpo! y de tamaño nada desdeñable comparado su hospedador (5).
Moscas del genero Desmometopa sobre las que se observan ácaros. 
Nueva y nerviosa salida al jardín, cámara a punto, para intentar inmortalizar a los minivampiros que chupan la sangre a los vampiros, que roban la sangre de la presa de un vampiro mayor.
Para entonces, la araña había abandonado a la abeja colgada y estaba bien oculta un poco más arriba. Me apresuré a hacer algunas fotos más, procurando sacar el detalle de los ácaros de la mosca, aunque el grado de detalle necesario, mi torpeza y el viento que empezaba a agitar las ramas, no me permitieron conseguir gran cosa. Sin embargo, sí pude ver que otra pequeña araña, del género Heliophanus, familia Salticidae (determinada también gracias a Biodiversidad Virtual), que antes había descubierto en un ramillete próximo, subía por la rama principal donde estaba colgando la mortaja de la abeja.
Araña Salticidae del género Heliophanus.
Pensaba que algo más tenía que suceder, una pequeña araña que se acerca al territorio de otra mayor, no puede quedar así. Pero el sol, la parsimonia que solo una araña puede tener para moverse, acercarse y retroceder, añadidos a mis deseos por ver de nuevo los ácaros que acababa de fotografiar pudieron con mi paciencia, le tiré un par de fotos y corrí a descargar las imágenes en el ordenador. Las vi, mala calidad, aunque creo que el equipo no se puede estrujar más o, al menos, yo no soy capaz de hacerlo. Vuelvo a salir, no me quiero perder la historia de la otra araña. No, no ha habido ningún percance con la araña grande, pero la pequeña araña, el saltícido, ha entrado en la escena y ha cazado a una de las moscas-hiena. Y allí está, comiéndosela tranquilamente en una ramita un poco más abajo, mientras se aleja. A todo esto, el resto de las moscas, parásitas o carroñeras, han desaparecido, no sé si porque se han asustado del ataque de la araña o porque ya no queda más hemolinfa que sacar de la abeja muerta.
Araña Salticidae del género Heliophanus, alimentándose de una mosca Desmometopa.
Y por ese día, aunque salí varias veces a mirar, antes de que anocheciese, nada más ocurrió, al menos que yo haya visto. La pequeña araña saltícida volvió a su anterior ramita y la tomísida se quedó camuflada más arriba, como siempre hace, escondida muy cerca de las flores A la tarde del día siguiente otra abeja colgaba muerta de las mandíbulas de la Synema, esta vez una abeja Andrena de las que anidan en el suelo del jardín y hablé mucho en las primeras entradas de este blog (6), pero no vi más moscas parásitas ni ácaros, ni se acercó la pequeña saltícida, que seguía en su rama lateral sin acercarse a la Synema, que le triplica en tamaño.
Araña Salticidae del género Heliophanus, alejándose de la zona de caza.

Una semana más tarde las flores del aligustre terminaron su ciclo y se marchitaron y las dos arañas desaparecieron del escenario. En cambio, a unos 12 metros de allí comenzó la floración de un parterre de mentas y en una de sus flores tomó posiciones un ejemplar de Synema. No puedo saber si es la misma o no, pero nunca deja de sorprenderme cómo consiguen encontrar las plantas floridas. Sin duda, su vista es excepcional.
A decir verdad me he dejado llevar por la historia. En realidad desconozco si los ácaros parasitan realmente a las moscas o son su medio de transporte, pues un buen amigo me comentó que algunas especies de ácaros se dejan transportar por insectos sin picarles, a la espera de encontrar su huésped objetivo. ¿Pueden ser los ácaros parásitos desplazados desde la abeja complicando así la historia? O quizás, teniendo en cuenta que las larvas de estas moscas se alimentan de materia vegetal en descomposición, incluidos los nidos de pájaros, puede que sean trasportados desde un nido de ave a otro, desde el nido en que nació la mosca hasta aquel en que decida hacer la puesta. Cualquiera de las opciones es más fascinante que la anterior.
Y las historias de estos pequeños seres, que transcurren en mi jardín o simplemente pasan por allí en un momento de su ciclo biológico, se seguirán entrecruzando sin que yo me dé cuenta. Como mucho, podré conseguir algún que otro fotograma de la película, que espero que poco a poco me ayude a entender este entramado... y lo pueda compartir con vosotros en otra entrada del blog.

Enlaces a las entradas citadas. Pinchando en los títulos se accede a ellos:

(1) Cisnes en el embalse de Santillana.
(2) La muerte entre las flores tiene veneno de araña.
(3) Cleptoparasitismo de gorrión sobre carbonero.
(4) La mosca de la lluvia y el mascaflor mesetario.
(5) Planeta de ácaros.
(6) Entradas sobre las abejas del género Andrena.

Enlaces a páginas externas:

(7) Enlace a página web wiki sobre moscas Milichiidae 

domingo, 25 de agosto de 2013

Lagartijas ibéricas en el jardín: amores, crías y diseños.


A mediados de junio pude observar en la puerta de casa la cópula de estas lagartijas ibéricas, Podarcis hispanica. Tuve el tiempo justo para correr a por la cámara y hacer alguna foto, porque rápidamente se soltaron y fueron cada una por su lado. 

Pareja en cópula de lagartija ibérica, Podarcis hispanica. El macho sujeta a la hembra con un mordisco en el flanco.

Puede apreciarse que el ejemplar macho sujeta a la hembra con un mordisco en el flanco mientras pone la cola por debajo para introducir uno de los hemipenes en su cloaca. De hecho, tras la época de celo las hembras suelen mostrar las cicatrices de los mordiscos que los machos les han producido, siendo especialmente evidentes en la región ventral.


Pareja en cópula de lagartija ibérica, Podarcis hispanica. El macho introduce uno de sus hemipenes en la cloaca de la hembra
Pero de esta pareja, independientemente del importante momento de su biología, me llamó la atención y quise inmortalizar la librea de los dos componentes de la pareja.
En efecto, ambos ejemplares tienen la misma coloración y diseño, lo que sin ser una cosa excepcional, tampoco es de lo más frecuente. La cuestión es que esta hembra tiene un diseño más propio de los machos de la especie que el rayado, más común en las hembras.
En la siguiente fotografía se muestra el típico diseño de un ejemplar macho, en el que las diferentes líneas longitudinales que recorren sus laterales hasta llegar a la cola, quedan interrumpidas y desdibujadas como si se tratase de varias series de puntos de los colores básicos, negro, blanco y pardo, superpuestos los unos sobre los otros.

Macho de lagartija ibérica, Podarcis hispanica, con su típico diseño.
En cambio, en la típica coloración de las hembras estas líneas se mantienen claramente delimitadas, como si ese fuese el patrón básico original de la especie, que en los machos se hubiese deformado.

Diseño típico de hembra de lagartija ibérica, Podarcis hispanica. 
Las dos fotos corresponden a un mismo ejemplar, una hembra bastante joven, pero posiblemente ya adulta. 

Lagartija ibérica, Podarcis hispanica. Hembra joven.
No solo en el diseño se diferencian los dos sexos. En la primera fotografía se ve muy bien que el macho tiene la cabeza proporcionalmente más ancha, es más robusto y la base de la cola es más gruesa. En la zona ventral se apreciaría que en los muslos tienen los poros femorales más marcados, pero para eso hay que cogerlo con la mano y recomiendo encarecidamente no hacerlo. Dejemos a los animales en paz, con hacerles las fotos y observarlos a una prudente distancia es suficiente, su comportamiento será alterado lo menos posible y, lo más importante, minimizamos las posibilidades de que pierdan la cola como medio de defensa.

Por otra parte, llevamos ya unas semanas que en el jardín se están viendo numerosas crías. La lagartija de la siguiente fotografía es un ejemplar muy joven, casi seguro que nacido este año, de las primeras de la temporada.

Ejemplar muy joven de lagartija ibérica, Podarcis hispanica, con diseño propio de macho.
Y este otro es un ejemplar prácticamente recién nacido, pequeñísimo, con la cola muy coloreada, que es una de las características de las crías de las lagartijas, y la cabeza proporcionalmente grande y globosa. 
Cría recién nacida de lagartija ibérica, Podarcis hispanica.
Los adultos de las lagartijas de las paredes, como Podarcis hispanica y muralis, tienen la cabeza bastante aplanada para poderse introducir fácilmente entre las grietas de las rocas, mientras que las lagartijas de suelo, aunque sean del mismo género, como Podarcis bocagei, tienen la cabeza de perfil más alto. Pero cuando son tan jóvenes esa diferencia no es tan evidente. 
También pueden encontrarse machos con la coloración característica de las hembras, pero es menos frecuente. Los diseños que podríamos llamar rayados e irregulares, se aprecian desde recién nacidos.
Las lagartijas de esta especie presentan muchas variaciones en sus patrones de diseño y coloración y son objeto de recurrentes revisiones fruto de las cuales es posible que se separen en distintas especies. Pero a veces las diferencias de diseño se aprecian en unos pocos kilómetros de distancia e incluso dentro de las mismas poblaciones. Mi jardín no es una excepción.

NOTA AÑADIDA en julio de 2016: Las lagartijas de este género, como digo en uno de los comentarios, están en proceso de cambio y descripción de nuevas especies. Así, las que llamábamos Podarcis hispanica en la Sierra de Guadarrama, como las de esta entrada, son ahora Podarcis guadarramae.

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