lunes, 11 de febrero de 2013

Cómos y porqués de los nombres científicos

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En el mes de octubre publiqué una entrada sobre el molusco Sinanodonta woodiana, especie invasora en la Península Ibérica que había aparecido en Madrid. Esa entrada puede verse en ESTE ENLACE. Asimismo se publicó un resumen en el número 323 de la revista Quercus, correspondiente al mes de enero de este año. 
Yo llamé a ese molusco mejillón chino de laguna, que es la traducción literal de su nombre en inglés, chinese pond mussel, pues hasta entonces no se había publicado nada en castellano sobre esa especie. El único artículo existente sobre su presencia en España, pese haber aparecido en la revista española Graellsia, estaba escrito en inglés.
A raíz de la reseña de Quercus me escribió el secretario de la Sociedad Española de Malacología aconsejándome que en adelante no usase ese nombre común, sino el de almeja china del cieno. Con toda la razón, me explicaba que en español se llamaba mejillones a otro tipo de bivalvos, de forma más alargada y evolutivamente alejados de esta especie, mientras que Sinanodonta, tiene forma muy redondeada. Ese nuevo nombre común en castellano, además, se está usando ya en la ficha del Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras. 
Como lo que me pedía es muy razonable, no he tenido ningún inconveniente en modificar aquella entrada y cambiar el nombre.

Tras este largo preámbulo lo que quiero poner de manifiesto es que los nombres comunes no sirven al cien por cien para que todos nos entendamos a la hora de referirnos a una especie de animal o planta, porque, como hemos visto, lo que para un inglés es mussel, mejillón, no lo es para nosotros. Y no hace falta irse tan lejos, sin salir de España, por poner un ejemplo, lo que para uno es un escuerzo, para otros es un sapo común, y eso sin acudir a las otras lenguas que se hablan en nuestro territorio. Pero de lo que no hay duda es de que Bufo bufo lo es aquí y en China.

Muchos son los nombres comunes que se pueden dar al sapo común en las distintas regiones
en que se encuentra este animal, pero solo un de esos nombres es reconocido en todo el mundo:
su nombre científico: Bufo bufo (Linnaeus 1758).
Linneo lo bautizó como Rana bufo y por eso, por haber cambiado el nombre del género,
el nombre del autor se escribe entre paréntesis
Actualmente está en discusión el nombre científico del sapo corredor. Laurenti  en 1768 fue el primero en darle nombre: Bufo calamita, pero posteriormente, Cope en 1864 le denominó Epidalea calamita.
Al descubrirse que evolutivamente puede que sea necesario separarlo del género Bufo,
se ha planteado utilizar ese antiguo nombre, pero las cosas no están claras
y la Asociación Herpetológica Española recomienda, por el momento, dejarlo como
Bufo calamita Laurenti, 1768

Está clara la utilidad de los nombres científicos, aunque solo sea porque ha conseguido poner de acuerdo a todos los científicos del mundo para usar una misma nomenclatura, es decir, una misma forma de llamar a las especies. Para eso se creó la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica. También la hay botánica, pero hoy me centraré en los animales.

Un poco de historia.

La actual forma de llamar a los animales se la debemos a Carlos Linneo, que él mismo latinizaba su nombre y lo escribía Carolus Linnaeus. En el siglo XVIII era profesor de Medicina en la Universidad de Upsala (Suecia) y se dedicaba especialmente a la Botánica. Dicen sus biógrafos que tenía un fuerte carácter y que era capaz de imponer su criterio a los que le rodeaban. Desde luego, con los nombres científicos, lo consiguió. En su afán por ordenar los diferentes grupos de seres vivos, a él debemos las cuatro categorías sistemáticas llamadas Clase, Orden, Género y Especie.
Antes de Linneo los científicos identificaban a las especies mediante una larga frase descriptiva en latín, que además no siempre era igual. El gran logro de Linneo fue simplificar el sistema en solo dos palabras, siempre las mismas para cada especie, por eso se llama nomenclatura binomial. Así, con la primera palabra agrupa con el mismo sustantivo a las especies próximas en lo que llamó género, y luego el nombre específico que diferencia unas especies de otras.
Esa segunda palabra, la que identifica la especie, puede ser descriptiva de algún carácter, indicativa del lugar donde se encontró la especie o dedicada a alguna persona, entidad, pueblo, etc. 

Cabra montés ibérica, Capra pyrenaica Schinz, 1838. Aunque ahora se haya extinguido la especie
en los Pirineos el nombre pyrenaica viene del lugar de procedencia de los ejemplares
usados para describir y dar nombre a la especie
Así, por ejemplo, los patos los agrupó en el género Anas, que es como se escribe pato en latín, y luego los diferenció por distintas características que nos permite separar unos de otros.

Ánade rabudo, Anas acuta Linnaeus, 1758.
El nombre de la especie hace referencia a la cola larga y afilada.

Linneo se dedicó a dar nombre a cuanto animal y planta se conocía por entonces y la publicación más antigua que se ha usado como referencia para los nombres científicos es su Systema Naturae publicado en 1758. Por eso, muchos nombres científicos que han llegado sin cambios hasta nuestros días, llevan detrás su nombre y esa fecha. Por ejemplo Anas platyrhynchos Linnaeus, 1758. El nombre de Linneo se suele repetir tanto que es admisible que solo se ponga la inicial "L., 1758" igual que algunos otros nombres de científicos, como Cuvier y Valenciennes, que describieron tantas especies de peces juntos que en los libros de Ictiología se suele simplificar como "C&V".

Al lince boreal, en ediciones anteriores del Systema Naturae de Linneo de 1758, se le llamaba ni más ni menos que Felis caudata abreviata, apice atra, auriculis apice barbatis. 
Pensándolo bien, no es mucho pedir que ahora nos aprendamos Linx linx Linnaeus, 1758.

¿Cómo se escriben los nombres científicos?

Dedicándome a escribir para exposiciones y otras publicaciones me encuentro muy a menudo con que mis textos son revisados por personas que no saben Biología y, mucho menos, Nomenclatura zoológica. Así, casi no hay vez, si me dejan, que no me toque volver a corregir la forma de poner los nombres científicos.
- En primer lugar, los nombres científicos están escritos en latín o con palabras debidamente latinizadas (muchas veces procedentes del griego), es decir que es un idioma diferente al del resto del texto y, por lo tanto, se debe señalar escribiéndolo en cursiva o subrayado, igual que si en medio de un texto en castellano ponemos una palabra en inglés. 
- La segunda, y más común  fuente de problemas, es que el género se escribe con la inicial en mayúscula y la especie siempre con minúscula. En los numerosos artículos periodísticos en que se habla de la evolución humana se empeñan en poner Homo Sapiens, que es tan erróneo como homo sapiens. Lo correcto es  escribir Homo sapiens.
- La tercera, suele ser el nombre del autor y los malditos paréntesis. Como expliqué más arriba, a los nombres de las especies que denominó Linneo en su Systema Naturae se les añade "Linnaeus, 1758". De la misma manera deberíamos hacerlo, añadiendo el nombre del autor (o autores) que describieron las especies, seguidos del año de la publicación de esa descripción. separados por una coma. El lío suele venir cuando el nombre de la especie ha cambiado porque se ha considerado que no pertenece al género al que se le asignó en un principio. Entonces, el nombre del autor y el año se ponen entre paréntesis. Aquí es cuando el espabilado corrector o maquetista de textos suele ver que unos nombres científicos tienen paréntesis y otros no y dice: "¡Mira que fallo más tonto! voy a poner los paréntesis siempre o los voy a quitar todos. Si no estuviese yo para arreglar estas cosas..." ¡Erroooooor! Los paréntesis tienen su razón de ser y aportan información.

Veamos un ejemplo para salir de dudas: 
- El ánade real no ha cambiado de nombre desde que Linneo le bautizó, luego su nombre completo es Anas platyrhynchos Linnaeus, 1758.


Ánade real, Anas platyrhynchos Linnaeus, 1758. Dos siglos y medio sin cambiar de nombre.
- Pero el tarro blanco fue bautizado por Linneo como Anas tadorna y luego se vio que era lo suficientemente diferente del resto de los patos como para asignarle un género distinto que se llamó Tadorna. Su nombre completo es entonces Tadorna tadorna (Linnaeus, 1758).


Tarro blanco,Tadorna tadorna (Linnaeus, 1758).
En los artículos de divulgación apenas se usa el nombre de los autores, especialmente si se trata de aves y mamíferos, pero lo correcto es ponerlos, al menos en los trabajos más científicos. Lo que ocurre es que cuando se citan muchas especies a lo largo de un texto, no solo es complicado saberse toda la lista de nombres de autores, sino que la lectura llega a hacerse muy engorrosa. Para muestra, esta misma parrafada. Así, en mi entrada sobre la almeja china del cieno quizás debería haber puesto Sinanodonta woodiana (Lea, 1834), al menos la primera vez que aparece el nombre en el texto. El hecho de que el nombre del autor esté entre paréntesis nos da la pista de que se trata de la misma especie que antes se llamó Anodonta woodiana y fue descrita por Lea en 1834, aunque ahora la veamos con el nombre del género cambiado. En aves y mamíferos estos detalles no son tan vitales para aclararnos con la especie que estamos tratando, pero con insectos y otros invertebrados, hay grupos tan caóticos en su nomenclatura y clasificación, que sin estas pistas estaríamos perdidos.

¿Y por qué se cambian los nombres científicos de algunas especies?

En el párrafo anterior, con el ejemplo de los patos, tenemos una de las principales razones. Cuando se va sabiendo más de las especies, se descubre que algunas que en un principio se tenían por parientes muy cercanos, como los tarros y los ánades, en realidad no están tan emparentados como se pensaba. O también puede pasar al revés, que se describan como dentro de un género diferente y en realidad pertenezca a otro ya existente. 
También puede ocurrir que lo que antes se consideraba una subespecie, ahora se tengan razones para asignarle como especie independiente. Ese es el caso de las gaviotas que veremos más adelante
Hoy en día se pretende que las clasificaciones taxonómicas reflejen, en la medida de lo posible, la evolución de los diferentes grupos y que las especies incluidas en un grupo animal (taxón) tengan un antepasado común lo más cercano posible. Así, lo lógico sería que todos los Anas tuviesen el mismo tatarabuelo y los Tadorna el suyo, aunque a su vez unos y otros tengan también un antepasado común más lejano y por eso ambos pertenecen a la familia Anatidae y así podríamos ir subiendo de categoría a la vez que se va bajando por las ramas del árbol genealógico con antepasados situados en los nudos, de donde salen las ramificaciones.

Pato colorado, Netta rufina (Pallas, 1773).
Su nombre específico hace referencia al color, igual que su nombre común. 

Nombres comunes y nombres científicos.

El cambio del nombre científico de una especie no debería afectar al nombre común por el que los no científicos la identificamos, pero distintas asociaciones científicas recomiendan listas patrón de nombres comunes para que sea más fácil ser recordadas por los profanos y, especialmente, para que se apliquen de una manera más eficiente las normas de protección de las especies en peligro. Buen ejemplo de ello son las almejas con que empezaba el artículo. También es el caso de las gaviotas argénteas ibéricas, Larus argentatus Pontopidan 1763, pertenecientes a la subespecie Larus argentatus michahellis Naumann, 1840. Su estudio puso de manifiesto que eran lo suficientemente distintas de su parientes del norte de Europa como para ser consideradas diferente especie llamándose entonces Larus michahellis Naumann, 1840, con el nombre común actual de gaviota patiamarilla.
El cambiar nombres comunes tienen su razón de ser porque en las costas atlánticas ibéricas también se pueden ver verdaderas gaviotas argénteas y hay que poder diferenciarlas de las patiamarillas. No pasaría lo mismo en el ejemplo de  los sapos corredores Bufo calamita que veíamos antes, porque todos ellos pertenecen a la misma especie, no es que se haya desdoblado en dos y se puedan confundir unos con otros.
Gaviota patiamarilla, Larus michahellis Nauman, 1840.
Para mi gusto no tienen tanta importancia otros cambios, como dejar de llamar ratoneros a los busardos ratoneros o pollas de agua a las gallinetas, máxime cuando no han cambiado sus categorías taxonómicas. ¿Es que queda feo el nombre de polla de agua? ¿Y entonces por que no cambiar nombres como chochín o pito real? ¿Y las mismísimas almejas? Si empezamos con lo políticamente correcto no vamos a terminar nunca y los nombres vernáculos, que son el origen de los nombres comunes, no serán muy políticamente correctos, pero sí sonoros y hasta divertidos.

Por cierto, que los nombres comunes se tienen que escribir siempre con minúscula porque ¿acaso no escribimos así perro, gato y ratón? ¿por qué, entonces, íbamos a escribir Ánade real?

Este verano publiqué una entrada sobre las observaciones del comportamiento de la avispa Tropidodynerus flavus que llamé "La importancia de tener un nombre". De alguna manera estas explicaciones van por el mismo camino que las reflexiones que me hacía al inicio de ese texto.